domingo, 26 de abril de 2020

Matrimonio Centenario

Foto: El Pueblo Gallego

Hablando con nuestros viejecitos.
Los centenarios españoles cuentan sus vidas a “La Voz”.
         En la aldea de Reboreda vive un matrimonio de centenarios. Entre los conyuges, su hijo y su nuera suman trescientos treinta y ocho años.
         Habiendo llegado hasta mi noticias de que en la inmediata parroquia de Reboreda, una de las pintorescas aldeas que abundan en esta región, a unos tres kilómetros de distancia, y en el barrio llamado Asnelle de Arriba, vivía un matrimonio centenario, cogí los bártulos fotográficos y me dirigí a ese sitio con el propósito de obtener un retrato de los centenarios y de interrogarles acerca de hechos culminantes de su vida.
         Llego al humilde barrio, y al preguntar donde viven los viejos “Arabolas”, me señalan una de las seis casas que hay allí. Contesta a mi llamada una mujer de avanzada edad, y al exponerle el objeto de mi visita me dice:
-Efectivamente, aquí viven los viejos; pero se levantan tarde y dudo que pueda usted realizar su propósito de retratarlos.
        Ante mi declaración de que esperaría todo el tiempo que sea preciso, la mujer que me recibió accede a avisar a los centenarios, y oigo a la anciana que dice:
-¡Vaya por Dios tener que levantarnos ahora!
Poco después me avisan que están preparados. Entro en una gran sala, y en el centro veo a los dos viejos.
-¿Con que viene usted a retratarnos?
-Si ustedes me lo permiten...
-¿Y para qué quiere usted nuestro retrato?
- Para mandarlo a LA VOZ, un diario de Madrid que publica retratos y datos de los centenarios que hay en España.
-Y, diga usted, señorito: ¿Esto nos costará algo?
-No, señor: no les cuesta nada. Al contrario, yo les regalaré un retrato, y hasta es posible que el Gobierno o la Diputación les conceda una pensión.
-¡Ay señorito, falta nos hace! Tenemos trabajado mucho desde que éramos jóvenes, y ya estamos imposibilitados. Pero, anda Ramona, prepárate para que este señor nos retrate, y estate muy quietecita para que salgas bien. Cuando usted quiera don... ¿Cómo se llama usted?
-Mario
-Bueno, “don Amaro”, cuando usted quiera.
-La anciana pide un ramo de flores que hay encima de la cómoda, pues -dice- eso hará muy bien en la fotografía.
Impresiono la placa cuando ya están en la habitación con nosotros un hijo de los ancianos y su mujer, que es la que me recibió a la llegada.
Al reanudar la conversación pregunto a la anciana cual es su nombre.
-Ramona Garrido Otero –contesta el marido, y añade-: Pregúnteme a mi, porque ella pronuncia muy mal y no le entendería usted.
-¿Qué año nació y dónde?
-Nació en San Martín, la parroquia que se ve desde esa ventana, el día 5 de enero de 1824. Ha cumplido, por tanto, ciento cuatro años; es tres años mayor que yo... ¡Pero Balbina! –dice dirigiéndose a la nuera-, “bótalle” una copa de vino a este señor, que tendrá sed. Verá lo bueno que es, está hecho aquí en casa, de la poca cosecha que hemos tenido este año.
-Y usted, ¿cómo se llama?
-Manuel Rivas Montero.
-¿Dónde nació?
-En esta misma casa, que era de mis padres y entonces no tenía más categoría que la de una choza; yo la reedifiqué..., pero ya le contaré de eso.
-¿Qué año nació?
-El 27 de agosto de 1826.
-¿A qué edad se casaron ustedes?
-Yo tenía veinte años y ella iba a cumplir los veintitrés.
-¿Tuvieron ustedes hijos?
-Sí señor; una niña, que murió a los catorce meses, y un niño que es ese que está ahí-y señalaba a su hijo-, de sesenta y seis años.
-¿Tuvo usted hermanos?
-Dos. Yo fui hijo único del primer matrimonio, pues mi madre murió a los veintitrés años; pero mi padre se casó de nuevo y nacieron dos varones.
Después nos refiere Manuel que su padre murió a los noventa y siete años, y el de su mujer a los ochenta y nueve. Dice también que han tenido siete nietos, de los que viven tres; dos de ellos marcharon hace algunos años al Brasil, tienen siete bisnietos.
-Y diga usted, ¿me dará usted un periódico el día que “nos saquen”, para mandárselo a los nietos?
-Sí señor, cuente usted con ello.
-¿En qué ha trabajado usted?
-Verá usted, cuando yo tenía trece años fui a la finca próxima de Pousadouro, que es donde trabajé por primera vez a jornal; a los dieciséis entré de enfermero en el Hospital del Lazareto de San Simón; después pasé a la cocina y allí trabajé nueve años; luego, a los treinta, embarqué en Portugal para el Brasil, donde volví a trabajar de cocinero; al regresar a España, con lo poco que ahorré reedifiqué esta casa.
         Le pregunto si bebe, y contesta que siempre le ha gustado el buen vino, y el aguardiente del país aún más.
-Y fumar, ¿ha fumado mucho?
-¡Ca, no señor! Verá usted, don “Amaro”-me dice riéndose-; una vez estando en el Lazareto me dieron unos cigarros puros; me los fumé seguidos, porque me gustaron mucho, y cogí una borrachera que me duró todo el día y la noche. Desde entonces no he vuelto a intentar fumar.
         Cuenta mi interlocutor que durante cinco años estuvo ayudando a mandar ganado para una guerra que hubo en Madrid, pero no sabe precisar más.
         Nos dice Manuel que el régimen alimenticio de él y su mujer es siempre a base de pescado cocido y algunas papillas de harina de maíz.
         Conservan los dos todas sus facultades mentales, sobre todo él, como puede apreciarse por el diálogo que transcribimos. Ella rehuye el hablar, porque dice que se fatiga mucho. Tienen buena vista, y la cabeza cubierta de pelo; él negro todavía.
         Por no cansarles más, me levanto para marcharme, y ofreciéndome otra “pintiña” me dice Manuel:
-Oiga usted, señor. No olvide usted decir en el periódico que me llaman el “Arabolas”, y que este proviene de mis bisabuelos o más atrás.
         Me despido de los simpáticos centenarios. Salen hasta la puerta acompañados del hijo, Jose Antonio Rivas, que tiene sesenta y seis años, y su esposa, Valentina Blanco, de su misma edad. Entre los cuatro que habitan la antiquísima casa suman la friolera de trescientos treinta y ocho años.

MARIO L. DE ROBLES
Redondela, julio de 1928

Autor: Juan Migueles
La Voz (Madrid) 18-08-1928
NOTA: Más Info: 19271227 El pueblo gallego

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